47.ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

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Vanguardia bibliotecaria

Septiembre de 2015

 

La Biblioteca Nacional es la única institución creada por la Junta Revolucionaria de Mayo de 1810 que aún se encuentra en funcionamiento. El 13 de septiembre de 1810 en la Gaceta de Buenos Ayres se publicó un texto, sin firma, que ofició como acta fundacional de la biblioteca que tendría como finalidad aumentar los conocimientos de los amantes de los libros entre lecturas y amenas discusiones. La sociabilidad literaria, centrada en el intercambio dialógico y en el libro como soporte de transmisión del saber, fue una constante en el rol que llevaron adelante las bibliotecas y librerías.

En 1833 Marcos Sastre en su librería La Argentina aunaba las tertulias con la venta de “excelentes devocionarios y algunas buenas novelas. Pinturas finas de diversas clases, hojas de marfil para la miniatura, pinceles finos ingleses y de la Gran China, papel de marquilla, lápices negros para dibujo de la mejor clase de París, estudios o modelos para dibujo, papel de música y otros muchos objetos pertenecientes a las ciencias y bellas artes. Hay también varios artículos de mercería y perfumería exquisita: todo a precios moderados”, según el aviso que publicó en el Diario de la tarde y que fue recopilado en la erudita investigación de Félix Weinberg, El Salón Literario de 1837. Sastre, entre novelas y perfumes, organizó un gabinete de lectura que tuvo ilustres contertulios, como Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez, y horarios más amplios que la Biblioteca Pública, ya que su primer director había argumentado que leer después de almorzar era perjudicial para la salud. El 21 de septiembre de 1870 se sancionó la ley 419 de fomento de las bibliotecas populares y años más tarde la ley 1420 de educación común. Estas legislaciones fueron el marco que años después permitió el crecimiento de las bibliotecas populares por parte de las organizaciones sociales y la escolarización de las clases populares. El aumento poblacional inmigratorio, ligado a los procesos de alfabetización y a los espacios comunitarios de sociabilidad literaria fueron algunas de las bases del incipiente mercado editorial a principios del siglo XX.

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En los años 80 del siglo XIX, los estudiantes de biblioteconomía en la Universidad de Columbia en Estados Unidos, comenzaron a formarse en el rol de bibliotecarios referencistas, con la función de informar, orientar y formar. En el siglo XX las bibliotecas incorporaron desde el teléfono hasta nuevas herramientas de comunicación como el correo electrónico, los formularios web, mensajes de textos y chats, además de softwares de gestión y bases de datos, para fortalecer la implementación de servicios de referencia digital.

Una investigación de Virginia Bazán y Virginia Ortiz-Repiso puso de manifiesto cómo las preocupaciones de los bibliotecarios para brindar un mejor servicio a los ciudadanos antecedieron a los debates centrados en la librería y la utilización de recomendaciones realizadas por algoritmos. La gestión del espacio al interior de las bibliotecas dejó áreas con libros de referencia a la mano del lector antes que las librerías se desentendieran del mostrador, como el que se encuentra en la librería Huemul en Buenos Aires, que obligaba al lector a interactuar con el librero. Cuando las librerías desarrollaran los espacios de literatura infantil con almohadones y sillas liliputienses las bibliotecas ya habían apelado a un amplio abanico de acciones para el fomento de la lectura. La catalogación decimal de Melvil Dewey, elaborada a finales del siglo XIX, se encuentra en los cimientos de los metadatos necesarios para hallar un libro en una librería digital como Amazon.

Las reseñas bibliográficas, los resúmenes y los descriptores propios de la labor bibliotecaria para facilitar el acceso a sus fondos documentales son saberes necesarios para los editores a la hora de elaborar el catálogo de sus publicaciones. El papel de community manager fue explorado desde las bibliotecas antes que los libreros, poco menos afectos a las tecnologías, abrieran cuentas de sus negocios en las redes sociales. Entre los estereotipos del bibliotecario se suele olvidar a Barbara Gordon, hija del comisionado de ciudad Gótica, que en la serie televisiva fue la bibliotecaria pop que llevó sus ideales de justicia más allá de la sociabilidad literaria y las bibliotecas circulantes en los suburbios metropolitanos para luchar junto con Batman y Robin.

Los bibliotecarios como mediadores en el mundo del libro, las lecturas y la información son jugadores imprescindibles para la implementación de estrategias para el fortalecimiento de una sociedad lectora. En el informe del Cerlalc, Alianza regional para la construcción de sociedades lectores, se destacó la necesidad de articular medidas contra el analfabetismo, que en América es del 7,1%, y de enfrentar el analfabetismo funcional o de comprensión lectora que en la región era para el 2011, según la UNESCO, de 73 millones de “analfabetos funcionales, incapaces de comprender lo que leen y, en consecuencia de incorporarse a las transformaciones del mundo actual”, así como una alta tasa de no lectores. Frente a este panorama los bibliotecarios son unos de los actores que emergen como mediadores vitales de la promoción de la lectura y en la democratización del acceso a la información. Las bibliotecas públicas y populares fueron en tiempos difíciles lugares de resistencia y sufrieron notorios casos de represión, persecución y desmantelamiento (como la Biblioteca Popular “C. Vigil”, de Rosario, durante la última dictadura). Las bibliotecas populares fueron agentes promotores de transformación social, especialmente después de la crisis del 2001 en Argentina. En el estado de California (Estados Unidos) la biblioteca pública de San Francisco tiente entre su personal a un trabajador social para democratizar el acceso a la información.

Las bibliotecas públicas y populares son un espacio para la sociabilidad y el conocimiento dialógico. La configuración de la biblioteca y del bibliotecario mutaron con el tiempo de acuerdo a las demandas de acceso a la información, de los soportes y de las funciones sociales que acompañaron su trabajo. El bibliotecario en tanto gestor y animador cultural ocupado en los procesos técnicos de catalogación de la información comparte acciones e inquietudes con el librero, como la formación de lectores. El trabajo en conjunto entre ellos redundará en el crecimiento de una comunidad que podrá “aumentar sus conocimientos” tal como preveía el anuncio de creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires en tiempos de la Revolución de Mayo.

Matías Maggio para «Noticias del Libro».

Aclaración

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