47.ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

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Concentración al cubo

Febrero de 2015

Pocos años después de la fundación de Amazon y Google, cuando internet todavía no había llegado a los teléfonos celulares y las librerías sólo comercializaban libros en papel, se comenzó a pensar el proceso de concentración editorial y cómo afectaba a la cadena de valor del libro. En diciembre de 1998 se publicaron en la Jornada Semanal de México las intervenciones de los editores Jorge Herralde y Daniel Divinksy. En tanto actores privilegiados miraron con desconcierto las prácticas de los grandes grupos, aunque guardaban la secreta esperanza de una “coexistencia estimulante”.

Herralde escribió “último parte de guerra: la concentración se concentra” sin sospechar que quince años después aquellos “colosos de plantilla”, como Bertelsmann, Alfaguara, Grijalbo-Mondadori, podían fusionarse y asociarse con el grupo Pearson, que ya había anclado en las costas brasileñas al adquirir el 45% de Companhia das Letras. También el grupo Planeta incorporó a su catálogo, entre otras editoriales y medios masivos, los sellos latinoamericanos Diana y Emecé que habían sido señalados como competidores a la hora de comprar derechos sobre posibles best sellers. “Esta colonización progresiva y acelerada provoca graves problemas de contratación en las pocas editoriales latinoamericanas que compiten en el mercado de derechos”, sostuvo profético el editor catalán, quien tiempo después articulaba su retiro con la venta de su sello Anagrama al grupo italiano Feltrinelli.

El cambio de milenio llegó con la incertidumbre propia de todo rito de pasaje anunciando el fin de las bibliotecas, de las librerías, del libro, de los lectores y del mundo. A pesar de estos mensajes apocalípticos desde las librerías se fomentaban políticas para fijar el precio de venta al público de los libros, las pequeñas y medianas editoriales florecían entre los espacios desdeñados por los grandes sellos y se afianzaba la necesidad de trabajar en Hispanoamérica con la comercialización del libro en la web, así como en los proyectos de fomento de la lectura. La publicación en español de La edición sin editores de André Schiffrin en el año 2000 era signo de la desazón. En primera persona se narraban las desventuras de un editor tras ser engullido por un grupo comercial que imponía altas tasas de crecimiento y al que se le exigía que cada título publicado debía ser rentable en el corto plazo. La paciencia y la solidaridad de los best sellers con aquellos libros que se vendían a lo largo del tiempo era una práctica del pasado. El catálogo que con ahínco las editoriales habían construido en años se dilapidaba en búsqueda de una mayor participación en el mercado, que por otra parte no crecía en su número de lectores. Diez años más tarde, Schiffrin en El dinero y las palabras argumentaba que la situación actual era peor que la que describía, “peor incluso que la que yo me podía esperar” porque, entre otros puntos, la concentración también había llegado a las librerías.

Herralde, inspirado en Pierre Bourdieu, consideraba que había dos tipos de editores: el que “trabaja con incógnitas y alguna de ellas encuentra a sus lectores” y el editor-empresario que “trafica con ‘secuelas’, apostando por valores seguros, fichando escritores descubiertos por otros”. Estas definiciones fueron porosas, como cuando se publicaba en un grupo multinacional a un autor novel. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, se preguntaba en El País si había argumentos sólidos para indagar la tensión entre las editoriales independientes y los grandes grupos, cuando ambos retratan a sus lectores con un perfil similar. Lectores como consumidores. Tal como sostuvo Julius Wiedemann, editor de Taschen, a la hora de definir sus principales competidores: “no son otras editoriales de arte sino empresas como Starbucks, Zara, Apple, Air France o Audi. Todos queremos lo mismo: el tiempo de la gente”.

 

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Editoriales como matrioskas rusas, que guardan en su interior el mismo perfil casi sin diferenciación una vez dentro del estómago del gran grupo, y librerías de vidrieras homogéneas conforman junto con las editoriales pequeñas y las librerías independientes el ecosistema del libro. Por el revés de la trama es interesante analizar cómo la concentración al cubo deja espacios de acción, por ejemplo al recuperar las editoriales independientes títulos que sellos dentro de grandes grupos dejaron de publicar. La tradición escrita y los archivos editoriales no sólo son parte del patrimonio escrito, literario y editorial, como lo demuestra el IMEC francés, sino también fuente de ingresos para editores sagaces.

Para realizar un balance de las indagaciones que se hicieron a finales de los noventa, analizar sus consecuencias y sobre todo proyectar el futuro, el Seminario Internacional EspacioTendencias 2015, que se realizará el 24 de abril en las Jornadas Profesionales de la Feria del Libro de Buenos Aires, contará con especialistas nacionales y extranjeros que tratarán de abrir caminos, compartir experiencias y construir estrategias para sobrevivir en el sinuoso siglo XXI. El eje del encuentro será la concentración editorial, tema que permitirá abordar el múltiple universo de los editores independientes, las librerías y el fomento de la bibliodiversidad, la tensión entre los distintos actores de la cadena de valor del libro, así como tratar de comprender el rol del mercado del libro tradicional frente a los actores digitales, los mismos que nacían cuando las editoriales comenzaban a fagocitarse y el nombre de Jeff Bezos dejaba de ser ajeno a los libreros independientes.

Matías Maggio Ramírez, para «Noticias del Libro».

Aclaración

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